SSCC: Fieles Difuntos. Homilia castrense por los caídos
Lo demandó el honor y obedecieron...
En este día santo recordamos su sacrificio, su fidelidad y su esperanza en la vida eterna
[Texto íntegro]
Todos los que servimos sabemos lo que se siente cuando falta uno en la formación. No hay silencio más duro que el que queda después del combate ni vacío más grande que el del compañero que no vuelve. Porque hay cosas que uno no olvida: el sonido de sus botas, su risa antes de salir de maniobras, la última mirada, el silencio que lo dijo todo.
En la trinchera no hay ateos cuando cae un compañero, porque en ese momento hasta el más fuerte mira al cielo, aunque no lo diga y se pregunta si de verdad todo termina aquí. Y no, no termina, porque el honor no muere, porque la lealtad no se apaga con la muerte y porque la memoria de los nuestros sigue viva en cada bandera que se iza, en cada guardia, en cada toque de oración.
Hoy, 2 de noviembre, Día de los Fieles Difuntos, desde la trinchera del páter rendimos homenaje a los nuestros, a los que dieron su vida cumpliendo el deber, a los que sirvieron con honor y sin miedo, a los que ahora marchan al paso del cielo. Esta palabra es también para ti, hermano veterano y compañero que conoces la ausencia y llevas dentro el nombre de quien no volvió. Porque la fe, es verdad, no borra el dolor, pero sí le da un nuevo sentido.
Y hoy los recordamos, y quizá hace tiempo que no, pero hoy rezamos por ellos y hoy decimos con el alma en formación y la mirada al cielo: «Lo demandó el honor y lo obedecieron, lo requirió el deber y lo acataron, con su sangre la empresa rubricaron, con su esfuerzo la patria engrandecieron».
Hoy la Iglesia, Madre y Maestra, nos convoca a elevar la mirada al cielo. Es el Día de los Fieles Difuntos, jornada santa en la que recordamos con amor y esperanza a todos los que nos han precedido en el camino de la fe. Y en esta celebración castrense, nuestro corazón se detiene especialmente en nuestros hermanos que dieron su vida en acto de servicio cumpliendo su deber, fieles hasta el final. En el alma del soldado hay una palabra que resuena siempre: fidelidad, fidelidad al deber, al juramento, al compañero y a la patria. Esa fidelidad es la que hoy nos reúne en oración.
Ella no busca la gloria, sino servir, no buscan el aplauso, sino cumplir con honor lo que se les encomendó. Estas líneas que tantas veces pronunciamos no son solo un homenaje poético, son una profesión de fe en el valor del servicio y del sacrificio. Porque el honor, el deber y la lealtad no son solo virtudes militares, son virtudes cristianas nacidas del mandamiento del amor que Cristo nos enseñó. Él nos dijo: «Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.» Esa es la medida del amor verdadero, entregarse.
Y nuestros hermanos caídos conocieron ese amor en su forma más pura: dieron su vida no por ambición, sino por servicio, no por imposición, sino por vocación. Fueron grandes y fuertes porque fueron fieles al juramento que empeñaron. Por eso como valientes lucharon y como héroes murieron. Esta fidelidad al juramento militar es para el creyente un reflejo de la fidelidad de Dios. Ellos cumplieron su palabra hasta el final y Dios a su vez cumple las suyas, no abandona a los suyos, los resucita.
Para la vida eterna. El Día de los Fieles Difuntos, por lo tanto, no es un día de desesperanza, sino de esperanza. San Pablo nos dice: «Si hemos muerto con Cristo creemos que también viviremos con él». Y esa es nuestra certeza: la tumba no es el final sino el comienzo del descanso prometido. Nuestros compañeros están ahora en la luz, donde no hay más maniobras ni peligro ni combate, sino la paz sin fin.
Por la patria morir fue su destino, querer a España su pasión eterna, servir a los ejércitos su vocación. Y en esta pasión noble por servir vemos reflejado el rostro mismo de Cristo, que vino no a ser servido sino a servir y dar su vida en rescate por muchos.
A nosotros que seguimos en el servicio nos corresponde honrar su memoria con la vida, no solo con palabras, cumpliendo el deber con la misma rectitud, el mismo espíritu de sacrificio, la misma lealtad. Cada formación, cada guardia, cada jornada de esfuerzo puede ser una oración viva por ellos. Porque no quisieron servir a otra bandera, no quisieron andar otro camino, no supieron vivir de otra manera. Así vivieron y así murieron: fieles a su bandera, fieles a su vocación, fieles a su fe. Y hoy Dios los acoge bajo la bandera eterna del reino de los cielos.
Ánimo hermanos.







