29/11/2021

La nueva normalidad haitiana

Haití vive en un clima de inseguridad constante provocado por las 250 bandas criminales que actúan en su territorio ante la pasividad de la comunidad internacional.

“Haití tiene que buscar su propio modelo de desarrollo. Estados Unidos no va a intervenir de nuevo en este país”. Así de categórico se mostró el pasado lunes, 22 de noviembre, el delegado de negocios de la Embajada norteamericana en la vecina República Dominicana, el diplomático Robert Thomas. Uno de los responsables de marcar la política de asistencia de los Estados Unidos en la región del Caribe.

En la misma semana se producía la visita a la isla Hispaniola, compartida entre Haití y República Dominicana, de José Manuel Albares, ministro de Asuntos Exteriores de España, y del director general de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID), Antón Leis, quienes evitaron visitar Haití por motivos de seguridad.

 Pasividad de la comunidad internacional

La situación de inseguridad provocada por las 250 bandas criminales que se han apoderado de diferentes partes del territorio de Haití es la nueva normalidad para sus 11 millones de habitantes. Y en esta ocasión, la comunidad internacional está optando por no mover un dedo.

Crisis económica provocada por la devaluación de la moneda, desabastecimiento de productos de primera necesidad, protestas violentas por cuestiones sociales, falta de combustible, bandas criminales que secuestran sacerdotes y misioneros religiosos, asesinato del presidente de la República, y un terremoto de 7.2 grados en el suroeste del país.

Cualquiera de estas crisis hubiera provocado hace unos años, algún tipo de reacción de los países de la zona, o del grupo de naciones amigas del llamado “Core Group”, integrado por Estados Unidos, Francia, Canadá, Brasil, y la Unión Europea. Ya no.

El presidente de la República Dominicana, Luis Abinader, está tratando de buscar ayuda para los haitianos, pero mientras tanto ha reforzado la frontera con 15.000 soldados para evitar una avalancha migratoria, y sobre todo impedir que las bandas criminales haitianas comiencen a cometer delitos en su territorio.

La labor callada de Cáritas y la Iglesia

En esta situación, la Iglesia Católica haitiana se ha convertido en la única entidad con capacidad para ofrecer servicios básicos y llevar algo de consuelo a la población haitiana. En la gran mayoría de las parroquias diseminadas por todo el país hay una escuela básica, y algún tipo de centro de salud de atención primaria. La Iglesia haitiana tiene universidades, escuelas agrarias, hospitales, clínicas de maternidad, programas de asistencia por emergencias como huracanes o terremotos, y en esta labor destaca el papel de la Cáritas de Haití.

La red de Cáritas Diocesanas haitiana tiene 10 oficinas por todo el territorio nacional, que no han parado de trabajar ante ninguna de las situaciones que se mencionan en el inicio de este artículo. Ni siquiera cuando fue asesinado un técnico agrícola que trabajaba para los proyectos de Cáritas Cabo Haitiano, o cuando fueron secuestrados dos sacerdotes y tres monjas el año pasado. La labor callada sigue.

Cáritas española sigue ayudando a la Iglesia y la Cáritas haitianas en la lucha contra la pobreza con 5 proyectos en ejecución en Fort Liberté, Cabo Haitiano, Batiste, Boc Banique, y Torbeck, al que se ha sumado un programa de asistencia humanitaria para ayudar a las víctimas del terremoto del pasado 14 de agosto. Los proyectos van desde canalizaciones de agua potable, sistemas de ahorro grupales, bancos de semillas para agricultores, y programas de cría de ganado para familias con riesgo de desnutrición.

El mundo puede haber dejado de fijarse en las carencias de Haití. La Iglesia Católica no. Cáritas tampoco.