Mientras haya voluntarios, hay esperanza
Marta Jiménez, voluntaria de Cáritas Valladolid, ha participado en el campo de trabajo para jóvenes 2025. En este texto relata sus vivencias de una semana inolvidable junto a un grupo de personas mayores.
«Mientras haya personas., hay esperanza». Ese es el lema de Cáritas de este año 2025, y los que somos voluntarios lo integramos en nuestra vida en el día a día. Sabemos que el apoyo, la escucha y la solidaridad son valores fundamentales de esta organización y eso es lo que hemos compartido durante el campo de trabajo que ha organizado Cáritas Diocesana de Valladolid este verano.
¡Vaya semana!
En mi caso sólo pude participar una semana en una residencia de ancianos, de las dos completas, ¡pero vaya semana! Todo lo que vi, oí y viví lo llevaré conmigo durante mucho tiempo. Nunca antes había sido consciente de la realidad de una residencia para personas mayores, del sentimiento de soledad que acompaña a este colectivo. En su vulnerabilidad, las personas mayores sólo quieren y necesitan ser acompañadas y escuchadas. El entretenimiento y el esfuerzo mental y físico -en la medida de las posibilidades de cada persona – son vitales para esta etapa de la vida, en la que el deterioro cognitivo y físico impide llevar a cabo una vida funcional.
Por eso, los voluntarios nos ofrecemos a ser los ojos y los oídos de estas personas. Queremos escuchar lo que tienen qué decir, que es mucho, ya que, al final, son nuestros mayores, y su sabiduría y experiencia vital nos aporta a nosotros, los más jóvenes, más de lo que creemos.
Aprender de las personas mayores
Yo aprendí mucho, sobre todo, a entender que los ancianos son personas con mucho que decir y que enseñarnos, y que lo único que desean es un poco de vitalidad y frescura en su día a día, un brazo donde apoyarse, alguien a quien contar sus años de infancia o sus últimos achaques; incluso un simple abrazo puede aliviarlo todo para ellos.
La residencia me ha enseñado paciencia, a entender que las necesidades de cada persona son distintas y que cada una tiene una historia detrás; me ha enseñado compañerismo, puesto que mis compañeros -ahora amigos – y yo nos compenetramos para lograr un mismo objetivo; y me ha mostrado lo que es el cariño y la dedicación, tanto por parte de Cáritas, como de los trabajadores de la residencia y de los ancianos.
Como voluntaria, recomiendo realizar esta experiencia tanto por lo que te llevas tú de ella, como lo que tú puedes aportar. No hay nada más bonito y satisfactorio que ver una sonrisa gracias a tus actos. Además, el campo de trabajo en la residencia te traslada a otra realidad oculta para los más jóvenes, y experimentarla te da habilidades y conocimientos que puedes poner en práctica en otros momentos de tu vida. Y así termino, recordando que mientras haya personas, voluntarios como nosotros, siempre habrá esperanza para los más vulnerables.