La Luz de la Paz de Belén: un camino que une, una llamada que transforma
Cada Adviento, una pequeña llama viaja desde Belén para recordarnos que la paz comienza en lo sencillo: en un gesto compartido, en un corazón que se abre, en una luz que vence la oscuridad.
Cada Adviento, una pequeña llama recorre miles de kilómetros desde la Basílica de la Natividad, en Belén, hasta comunidades de todo el mundo. Nació en 1986, en Linz (Austria), como un gesto sencillo: llevar la luz de Cristo, encendida allí donde Jesús nació, a quienes desean recibirla. Con los años, este gesto se ha convertido en un símbolo vivo de paz, esperanza y fraternidad que cruza fronteras, culturas y lenguas sin perder su sencillez.
Un niño scout viaja cada año a Belén para encender la llama original y trasladarla después a Viena. Allí, en una ceremonia ecuménica, scouts de distintos países la reciben y la llevan a sus comunidades. La Luz entra en parroquias, hospitales, residencias, prisiones y hogares… y allí donde llega recuerda que la paz se construye juntos, paso a paso.
Desde ese camino de luz miramos también a la tierra de donde procede. En Belén y en toda Tierra Santa, muchas personas viven cada día con restricciones, controles, barreras y tensiones que erosionan la convivencia y empujan a muchos jóvenes a emigrar. Aun así, las comunidades cristianas siguen sosteniendo la esperanza con una fe silenciosa y firme, recordándonos que “la luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no la vencieron” (Jn 1,5). Su testimonio nos invita a no olvidar la dignidad de cada persona y a orar y trabajar por la reconciliación y la justicia.
Una luz que pide ser acogida
Recibir la Luz de Belén es más que encender un farol: es abrir el corazón. La paz es un don, pero también una tarea. Empieza en lo pequeño: en nuestras relaciones, en nuestras heridas, en lo que necesitamos perdonar o reparar. La paz se teje en lo cotidiano y exige cuidar esa llama interior que tantas veces amenaza con apagarse por el cansancio, la indiferencia o el rencor.
Compartir la Luz nos recuerda que la paz no es abstracta. Es escuchar, acompañar, tender la mano, defender la dignidad del otro. Es mirar como Jesús, que se acercó siempre a quienes sufrían. Cuando la Luz nos toca, caen prejuicios, se desatan nudos y nace una mirada capaz de reconocer al otro como hermano: “Bienaventurados los que trabajan por la paz” (Mt 5,9).
Una invitación
Hoy te proponemos abrir el corazón a la Luz de la Paz de Belén. Que ilumine tus pensamientos, tus conversaciones y tus decisiones. Que llegue a tu casa, a tu familia y a tus proyectos. Y que, viniendo desde Belén, nos mueva a rezar por Tierra Santa y por todas las tierras heridas, y a trabajar —con paciencia y perseverancia— por la paz que Dios sueña para sus hijos.
Oración por la paz
Señor, nuestra Tierra es solo un astro pequeño perdido en la inmensidad del universo.
Tarea nuestra es hacer de ella un lugar donde no vivamos atormentados por las guerras,
torturados por el hambre o divididos por ideologías, raza o color.
Padre, danos fuerza para ser cada día artesanos de la paz.
Enséñanos a mirar con benevolencia a cada hermano que encontramos.
Dios de la Paz, que nos has dado a tu Hijo para reconciliarnos,
convierte el corazón de los violentos, sostén a quienes buscan el bien
y concede a quienes están enfrentados el regalo del perdón.
Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

