La fuerza de una madre en medio del conflicto de Myanmar
La historia de la Sra. Seng Mut, una mujer desplazada en Myanmar que encontró en la Iglesia local el apoyo que necesitaba para proteger lo más valioso: la vida de su hijo.
La Sra. Seng Mut (nombre ficticio) es una mujer birmana, viuda, que vive en situación de desplazamiento forzado en el distrito de Taungoo, en la región de Bago. Aunque el terremoto de magnitud 7,7 que sacudió Myanmar el pasado 28 de agosto de 2025 afectó a viviendas, fuentes de agua e infraestructuras, su situación era ya difícil mucho antes.
En 2017, la comunidad en la que vivía fue expulsada por el ejército, que alegó necesitar esas tierras para instalar un destacamento militar. Sin compensación alguna, despojada de sus tierras y de su condición de campesina, se vio obligada a asentarse donde pudo, “en el bosque”. En 2024 sufrió las inundaciones provocadas por el tifón Yagi, y fue entonces la Iglesia local en Myanmar quien la ayudó a sobreponerse tras la pérdida de su precario hogar.
El terremoto de este año no ha afectado en gran medida a personas como la Sra. Seng Mut: hay que tener algo para poder perderlo. Sin embargo, la Iglesia local no dudó en asistirla nuevamente, reconociendo su situación de extrema necesidad.
Cuando le preguntamos en qué había gastado los 360.000 kyats (unos 150 euros) de la ayuda destinada a alimentos o artículos de primera necesidad, respondió con amabilidad y confianza —la que tiene con quienes acompañamos a los representantes de la Iglesia local— que había usado el dinero “para comprar un poco de arroz y ayudar a su hijo a huir”.
Desde el golpe de Estado de 2021, el ejército birmano gobierna el país, lo que provocó el rechazo del pueblo y derivó en una guerra civil que aún continúa. Para sostener el conflicto, el ejército detiene y envía al frente, sin formación alguna, a jóvenes varones de entre 18 y 35 años.
El hijo de la Sra. Seng Mut ahora está a salvo. Y ella, aunque no lo tenga cerca, se siente profundamente agradecida a la Iglesia en Myanmar por haberla ayudado con lo que más la angustiaba desde hacía dos años: proteger la vida de su hijo cuando cumplió 18.