Cooperación internacional04/05/2022

“La ciudad se ha convertido en un enorme albergue”

Irene Dryhush, responsable de voluntariado del centro de acogida de Cáritas en Ternopil (Ucrania).

Irene Dryhush es responsable de voluntariado del centro de acogida de Cáritas en Ternopil, una ciudad del oeste de Ucrania a 500 kilómetros de la frontera polaca. En este post nos cuenta cómo es vivir en una ciudad en constante estado de alerta y explica el trabajo que realizan los voluntarios en el centro de acogida de Cáritas, que atiende a ciudadanos de Ternopil y desplazados de otras ciudades rusas.

El comienzo del horror

Ella recuerda con nititez y horror ese 24 de febrero, cuando comenzó la invasión rusa de su país: «Nos despertamos con los bombardeos; parecía una pesadilla, pero era realidad. No sabíamos qué hacer, a dónde ir. En la calle empezaron a sonar las sirenas de alerta aérea. Nunca en mis 35 años había vivido algo parecido. Recuerdo nuestra primera noche: las sirenas sonaban casi cada hora, todos corríamos a los sótanos y a los búnkeres para escondernos, porque pensábamos que en cualquier momento se nos iba a caer encima algo del cielo. El llanto de los niños, el intenso frío, los sótanos sin calefacción…», rememora Irene.

Las primeras semanas

«Las primeras semanas en el centro Cáritas fueron durísimas», continúa Irene. Además del caos y del pánico, a la ciudad llegaban cientos de personas a la ciudad en busca de ayuda. «El teléfono no paraba de sonar ni durante el día ni por la noche. La gente venía en busca de alojamiento, de comida…; gente muy cansada, después de pasar muchísimas horas en la carretera: ancianos, personas con discapacidad, mujeres embarazadas y niños. En una sola noche podían llegar casi 6.000 personas».

Esta trabajadora de Cáritas cuenta que todos los rincones del centro de acogida en Ternopil se transformaron en plazas para dormir. En realidad, «la ciudad entera se convirtió en un enorme albergue. La gente dormía donde podía: en los edificios administrativos, en coches, en estaciones de autobuses, en fábricas, en oficinas, en cualquier lugar donde había techo porque estábamos a -5ºC». 

«Además de alojar a toda la gente que podíamos, teníamos que alimentarla, darle las cosas necesarias para su higiene personal. Casi todas las personas llegaban sin nada, ni siquiera ropa de cambio porque escapaban de la guerra y cada segundo perdido podía costarles la vida».

Mientras las necesidades de todas estas personas iban en aumento, otras ofrecían todo lo que tenían. «Gente que no se conocía de antes se unían para ayudar. Algunas personas se acercaban solo para abrazar a los que bajaban de los trenes de evacuación y escuchar sus historias, muchas de ellas escalofriantes», explica Irene.

Cáritas, en el corazón Ucrania

«Dos meses después, vamos superando día a día este drama gracias a la ayuda que recibimos de nuestros donantes, tanto del extranjero como dentro de Ucrania», prosigue esta joven.

En el centro de Cáritas Ternopil reparten entre 1.300 y 1.500 comidas tres veces al día, además de ropa y kits de higiene personal. En una semana, este centro ha llegado a distribuir entre 500-600 bolsas de alimentos y hasta 1.400 y 1.600 paquetes con ropa y zapatos entre los desplazados internos que han llegado a la ciudad tras 69 días de conflicto. 

«Todo ello es posible gracias a toda la gente que se ha unido a nosotros para ayudar. Entre todos hacemos una gran labor a pesar de que la guerra sigue siendo nuestra realidad de cada día -se lamenta Irene-. La guerra es un tiempo de completa oscuridad, pero en medio de las tinieblas cada persona trae su propia luz para iluminar todo el sufrimiento que nos rodea».