Acción social26/02/2021

Cárcel y familia: la ley del silencio fuera de la prisión

Los hijos e hijas de presos son los grandes olvidados del sistema penal.

El papa Francisco visitó a los presos de Ciudad Juárez (México) en 2016: “Celebrar el Jubileo de la Misericordia con ustedes es recordar el camino urgente que debemos tomar para romper los círculos de la violencia y de la delincuencia. Ya tenemos varias décadas perdidas pensando y creyendo que todo se resuelve aislando, apartando, encarcelando, sacándonos los problemas de encima, creyendo que estas medidas solucionan verdaderamente los problemas. Nos hemos olvidado de concentrarnos en lo que realmente debe ser nuestra preocupación: la vida de las personas; sus vidas, las de sus familias, la de aquellos que también han sufrido a causa de este círculo de la violencia”. Y continúa: “las cárceles son un síntoma de cómo estamos como sociedad, son un síntoma en muchos casos de silencios y omisiones que han provocado una cultura de descarte”.

 

Volver la mirada a las personas

Las palabras del Papa expresan de manera nítida la centralidad de las personas, tanto las privadas de libertad, como sus familias y las víctimas del delito, e interpela a la sociedad para que vuelva su mirada a esta centralidad. Pero, siendo necesaria esa mirada amplia, queremos rescatar de esos “silencios y omisiones” la realidad de tantas familias rotas y aisladas en su propio sufrimiento. 

Los menores, los grandes damnificados

Cuando pensamos en la prisión, inmediatamente nos viene a la cabeza la idea del delito y la persona que lo cometió. También es normal que pensemos en el sufrimiento de las víctimas. Sin embargo, es raro que pensemos en las familias y, menos aún, en los menores. Apenas existen como preocupación social, pero sus vidas han sido trastocadas y, de repente, deben hacer frente a cambios para los que nadie les ha preparado.

 

Deben asumir nuevas figuras de cuidado porque su padre o madre han entrado en prisión, lo que puede suponer cambio de domicilio, de barrio, amigos, colegio… El universo cercano del menor puede cambiar en muy poco tiempo Y como hay que seguir cuidando de los más pequeños y mantener los ingresos económicos, no es raro que estos menores asuman roles de hijos mayores y cuiden a los hermanos pequeños o salgan al mercado laboral para aportar a la economía familiar. Además, deben aprender a relacionarse con la propia prisión, que tiene su forma de funcionar, y con su progenitor encarcelado.

La ley del silencio

A toda la situación, hay que añadir sentimientos y emociones ambivalentes: rechazan tanto como necesitan al progenitor privado de libertad que continúa siendo su referencia. Sin embargo, esta carga emocional no tiene fácil expresión porque algo que marca la vivencia familiar de la cárcel es la ley del silencio en torno a este tema. En la medida en que estos menores no reciben información sobre lo que está ocurriendo y no tienen espacios cálidos en los que expresar sus dudas y temores, experimentan distintos grados de ansiedad y tristeza, al tiempo que pueden aparecer conductas de riesgo.

Más de la mitad de los menores que se ven afectados por la prisión de uno de sus progenitores no saben realmente qué está pasando. Este deseo de ocultar la realidad responde a la necesidad de proteger a los menores y a la familia del fuerte estigma social que conlleva la cárcel. Y este silencio, deja a los menores sin recursos para resolver sus problemas y dudas, y aparecen dificultades en el ámbito escolar hasta llegar al abandono del sistema educativo. Muchos estudios ponen de manifiesto que una de las variables que más explica la entrada en prisión en la vida adulta es este abandono precoz del sistema educativo y la incorporación a grupos de iguales en los que se inician en conductas delictivas. La propia existencia de un progenitor en la cárcel también tiende a reproducir en el menor esta posibilidad. Acompañar a las familias es, también, evitar que esta profecía se cumpla.

Puertas abiertas a las familias

Para mejorar el acompañamiento a las familias, desde el Grupo Confederal de Cáritas Diocesanas que intervienen en prisión, hemos realizado un proyecto para los equipos parroquiales que permita el acercamiento a la realidad de las familias: “¿Tienes un familiar en prisión? Tienes nuestras puertas abiertas”.

El objetivo fundamental de esta propuesta de trabajo es facilitar el encuentro con las familias y que perciban que alguien les puede escuchar sin prejuicios.

El proyecto consta de un cartel, un díptico y un documento para los equipos de acogida parroquiales:

  • El cartel invitará a que la persona con un familiar en prisión sienta que puede preguntar, hablar, ser escuchada…
  • El díptico permite que alguien se lleve a casa una información que le interesa y pueda leer tranquilamente, sin miradas; que piense que puede ser una oportunidad de proximidad, que sienta que podemos hablar, ser escuchada, que sepa por quien preguntar, qué día…
  • El documento para los equipos de acogida parroquiales les permitirá una formación y reflexión básica acercándoles a nuestros valores, a una comprensión de la realidad familiar, a comprender los estereotipos y prejuicios existentes, así como a una información sencilla y completa sobre la vida en prisión.

 

Foto: Alexis Joseph.