16/11/2022

Para encontrarnos, perdamos los miedos

La diversidad, lejos de ser una amenaza, nos complementa y enriquece, por eso apostamos por contrastar las percepciones que tenemos sobre los demás para, juntos, construir una nueva visión, más real, más constructiva y que nos ayude a encontrarnos.

Según el INE, a 31 de diciembre de 2020, el número de extranjeros/as residentes en España se sitúa actualmente en 5.800.468, lo que supone aproximadamente un 15,22% de la población en España, un porcentaje similar al de otros países de la CEE. A esta cifra hay que sumar otras personas, que por carecer de permiso de residencia o trabajo, no figuran en los datos estadísticos.

Es fundamental tenerlos en cuenta porque el número de dichas personas puede ascender a 500.000 personas, como refleja el informe de la campaña de la Iniciativa Legislativa Popular (ILP) promovida por más de 500 asociaciones españolas para favorecer cambios en la ley que permitan un proceso de regularización excepcional. Y sobre todo tenerlos en cuenta porque, como el resto de extranjeros, no son números: son personas, familias, con historias diversas, pero que ya forman parte de nuestro tejido social.

Si preguntáramos a pie de calle, cual es la procedencia principal de las personas que residen en España, pensaríamos que son fundamentalmente africanos, sobre todo subsaharianos. Sin embargo, exceptuando Marruecos, la mayoría de la población migrante en España está conformada por personas procedente de Europa (Rumanía, Reino Unido, Italia, Alemania), así como otros grandes grupos proceden de China y países latinoamericanos (fundamentalmente Venezuela, Ecuador y Colombia). La población de origen inmigrante (POI) asentada en España se caracteriza por una gran diversidad de origen étnico y nacional, existiendo más de 75 comunidades nacionales asentadas en el país. También se caracteriza por su juventud y feminización, siendo las mujeres de origen migrante las que mejor han resistido los periodos de crisis atravesados por el país en los últimos años. También, esta población, y en contra el criterio mayoritario de la opinión pública, presenta unos niveles de estudios muy similares a los de la población española (Iglesias, Rúa y Ares, 2020).

Al tiempo, los datos de la Encuesta Nacional a Población de Origen Inmigrante (ENPOI), muestran que la POI ha desarrollado un tipo de integración mixta donde, a la vez que mantiene sus mundos, tradiciones y rasgos étnicos propios, incorpora nuevas pautas de comportamiento locales, y se inserta, de forma creciente, en los mundos familiares y relacionales nativos. Algo que se refleja especialmente en los casos de los hijos de los inmigrantes, nacidos y crecidos en España.

Vulnerabilidad de las personas migrantes

Desde Cáritas consideramos esencial ser capaces de hablar con rigor sobre las personas de origen migrante. Datos propios muestran la relevancia de la vulnerabilidad en la que se encuentran las personas migrantes. Así, en 2021 el 44,5% de las personas atendidas por Cáritas eran personas migrantes, y de ellas un 93% eran de origen extracomunitario, que se encuentran principalmente en alguna de estas situaciones:

– Han ingresado en territorio español de forma irregular.

– Pierden el permiso de residencia por no poder renovar el permiso temporal, y por haber expirado el visado de estancia (irregularidad sobrevenida).

– Son jóvenes ex-tutelados/as que alcanzan la mayoría de edad, y que se encuentran sin apoyos o recursos.

No es fácil saber el número de personas extranjeras en situación administrativa irregular, por la propia complejidad de esta realidad y sus datos pero estas personas representan un porcentaje elevado dentro de los recursos de atención de Cáritas (una franja de entre un 35%-60%), comparado con el número total de personas extranjeras con las que trabajamos.

El conflicto en Ucrania, que está dejando millones de personas desplazadas por toda Europa, supone también una realidad en España de miles de personas solicitantes de protección internacional. La convivencia y la apuesta por una acogida comunitaria adecuada y de calidad de todas estas personas y situaciones va a suponer, sin duda, un reto añadido a nuestra intervención como Cáritas y como sociedad. Y como nos revela el informe de la Fundación FOESSA “Un arraigo sobre el alambre” esta población está aquí para quedarse, para formar parte de nosotros. Una presencia que no debe ser un problema, como se quiere hacer ver a veces. Es un aporte, no solo para nuestra riqueza cultural, sino incluso para nuestra economía, para nuestro crecimiento demográfico, para compensar el envejecimiento de la población.

Sin embargo, los niveles de arraigo e integración social no se reflejan ni acompañan por niveles parecidos de inserción socioeconómica. Por el contrario, el colectivo de personas de origen migrante en España ha sido uno de los grupos sociales más afectados por las crisis económicas que ha vivido el país, y como consecuencia de ello, la estructura socioeconómica y ocupacional española sigue estando profundamente etno-estratificada.

La POI, así, se ha incorporado de forma evidente en los estratos sociales más bajos de la sociedad española, muy por debajo de los niveles ocupacionales y de ingreso medios de la población autóctona (Iglesias, Rúa y Ares, 2020).

Todo apunta a que la pandemia de la COVID-19, (Mahía, 2021), ha aumentado y reproducido dicha tendencia. Según el informe Un arraigo sobre el alambre una gran mayoría de la POI está ligada a trabajos manuales, precarios, temporales que los lleva a vivir en espacios compartidos con personas que viven esta misma situación socioeconómica, formando así grandes barrios marcados por la precariedad. Por tanto, al hablar de convivencia intercultural, debemos tener en cuenta también esta realidad de injusticia.

En muchos casos la población migrante vive en un ámbito de imposible acceso a derechos en igualdad de oportunidades que el resto de personas de sus comunidades de vecinos. No es cuestión de decidir si primero es mejorar su situación y luego la integración y la convivencia. Las personas de origen migrante no son máquinas de trabajo. Como nos presentaba la campaña sobre irregularidad sobrevenida, las personas que migraron y hoy residen entre nosotros hacen grandes esfuerzos por ser parte de nuestra existencia colectiva, independientemente de su situación económica. Pero ésta, como al resto de nativos, condiciona la participación en muchos espacios.

Un nuevo relato sobre la realidad intercultural

Para que nuestra convivencia intercultural sea realmente enriquecedora, nada mejor que vernos con la persona diferente, que nos cuestiona sobre nuestras propias creencias, nuestra fe, nuestras costumbres; sobre todo aquello que hacemos cotidianamente sin ser conscientes de ello. Por tanto, un primer paso es reconocernos cada uno, cada una como portadores de cultura. Es lo que denominamos el descentramiento. Es vernos a nosotros mismos desde fuera, como si fuéramos otros que observamos lo que hacemos y nos preguntamos por ello. Si no nos detenemos, curiosos, en esta fase del diálogo, nos convertimos en meros espectadores del encuentro, pero no en auténticos participes del mismo. El segundo paso, que podría ser el reconocimiento del otro/a, para entender el porqué de determinados hábitos, costumbres, formas de entender la vida (como el tiempo, el hogar, los horizontes vitales), etc.

Así seremos capaces de comprender, amar y disfrutar de la diversidad, reconociendo a la otra persona como un ser construido por sus procesos vitales en un determinado contexto.

Para consultar y acceder a los materiales, puedes hacerlo aquí