LA VIVIENDA, FACTOR DE EXCLUSIÓN
El domingo 26 de octubre se conmemora el Día de las Personas sin Hogar y aprovechamos esta fecha para recordar unas palabras del papa Francisco:
“Lo dije y lo repito: una casa para cada familia. Nunca hay que olvidarse que Jesús nació en un establo porque en el hospedaje no había lugar, que su familia tuvo que abandonar su hogar y escapar a Egipto, perseguida por Herodes. Hoy hay tantas familias sin vivienda, o bien porque nunca la han tenido o bien porque la han perdido por diferentes motivos. Familia y vivienda van de la mano. Pero, además, un techo, para que sea hogar, tiene una dimensión comunitaria: y es el barrio… y es precisamente en el barrio donde se empieza a construir esa gran familia de la humanidad, desde lo más inmediato, desde la convivencia con los vecinos.” (Papa Francisco. Discurso a los participantes del Encuentro Mundial de Movimientos Populares. 28 octubre de 2014)
Palabras que complementamos con la invitación a leer el artículo “Viviendas sin hogar” de Guillermo Oteros (Técnico del Departamento de Análisis Social y Observatorio de la Realidad de Cáritas Diocesana de Barcelona) publicado en Documentación Social núm 20 en el 2025, del que os adelantamos nuestros subrayados.
El aumento sostenido de los precios de alquiler y compra de viviendas, el desajuste entre la oferta y la demanda, la escasez de vivienda pública de alquiler y la insuficiencia de políticas públicas dirigidas a asegurar el acceso y mantenimiento de una vivienda digna provocan un encarecimiento generalizado del acceso a la vivienda, situando las personas con menos recursos en una posición de mayor vulnerabilidad. Unas dinámicas complejas y arraigadas en nuestra estructura social y económica, que tienden a marginar a la población con menos recursos en mercados de la vivienda informales y precarios.
La realidad a la que nos referimos, que es la que acompañamos desde entidades sociales cómo Cáritas, está caracterizada por la precariedad, la incertidumbre y la vulneración de derechos. Personas y familias que viven diversas situaciones de exclusión social y que se ven obligadas a vivir en una habitación en un piso compartido con desconocidos, porque no tienen ninguna otra alternativa para vivir. En estos casos, vivir en una habitación no es una elección libre, sino que es la última opción antes de vivir en la calle.
En términos de derecho interno, en España, según el artículo 3.1 de la Ley 12/2023, de 24 de mayo por el derecho a la vivienda, el contexto residencial descrito anteriormente se debería de interpretar como una modalidad de sinhogarismo.
Vivir en una habitación en un contexto de exclusión conlleva ciertos problemas que dificultan el proceso de integración de las personas en situación de exclusión social, además de dificultades que afectan la convivencia y la calidad de vida, pudiendo generar impactos negativos en el desarrollo personal y familiar.
Muchas de las personas que viven en este contexto no disponen de un contrato por escrito de arriendo o subarriendo. Esta situación conlleva inseguridad e incertidumbre por no saber si se podrá seguir residiendo en el mismo domicilio a corto, medio o largo plazo. Al no existir un contrato escrito, cualquier desacuerdo con la persona que alquila la habitación puede conllevar la expulsión directa de la vivienda o un incremento de la mensualidad.
Otra dificultad es el proceso de empadronamiento. Para acceder a derechos como la educación, la sanidad o los servicios sociales especializados es obligatorio que la persona esté empadronada en el municipio en el que reside habitualmente. La obligación de empadronar recae en los ayuntamientos, pero la realidad con la que se encuentran las personas que viven en esta situación es que las persona que les alquila la habitación les dificulta o les niega la opción a hacerlo, ya que es necesaria la autorización del propietario de la vivienda.
En términos de convivencia, tener que vivir en una habitación dificulta el desarrollo de actividades tan cotidianas como cambiarse de ropa sin que nadie te vea. A la falta de espacio personal se suman restricciones en el uso de espacios compartidos como el baño, la cocina o el salón e incluso en el uso de ciertos equipamientos de la vivienda, como la conexión a internet o la lavadora. La persona que alquila la habitación establece normas y horarios para organizar la convivencia y establecer un orden. Estas limitaciones y restricciones dificultan la convivencia y obligan a las personas a adaptarse forzosamente a condiciones denigrantes, como, por ejemplo, tener que obligar a tus hijos a orinar en botellas, almacenarlas y descargarlas en el cuarto de baño al final del día.
También es muy común la prohibición de recibir visitas externas al núcleo familiar, ya sean de familiares o amigos que acentúa el aislamiento y debilita las redes de soporte emocional, favoreciendo la soledad y dificultando el desarrollo social.
Las personas que acompañamos y que viven esta realidad afrontan cotidianamente la angustia, la inseguridad y la falta de garantías básicas. Unas condiciones de vida marcadas por la precariedad, que dificultan su proceso de integración social en la sociedad de la que forman parte.
Enlace al artículo completo:
Documentación social – Viviendas sin hogar



