ETAPA 1: Sarria – Puertomarín
La primera etapa fue dura, no estábamos acostumbrados todavía, pero conteníamos tanta energía que se nos hizo corta.
Al comenzar esta experiencia cada voluntario, cada uno de una Cáritas Diocesana distinta, traía una mochila repleta de vivencias recogidas de las labores o proyectos realizados por cada uno en sus diocesanas correspondientes. Cada uno aportaría al camino algo nuevo para los demás. Esa mochila la llevábamos completa, pero al empezar el camino quisimos vaciarla. A partir del primer día recogeríamos pequeñas semillas del día a día, de cada persona, de cada parte de naturaleza encontrada en el trayecto, de cada conversación, etc. Comenzamos con un gran y fuerte propósito: COMPARTIR. Compartir, dar y recibir, descubrir y aprender. Aprender de los demás, de uno mismo, ponernos a prueba en cada etapa, y así fue. Dejamos las inseguridades de lado y disfrutamos de la compañía, disfrutamos de los pequeños tramos en los que caminábamos solos, pensando y reflexionando, disfrutando también de la soledad.
El primer día que llegamos pudimos compartir una sesión con la que nos conocimos un poco entre nosotros. Escuchamos a los técnicos, esas maravillosas personas que organizaron todo el camino y de los que estamos tremendamente agradecidos por todo el esfuerzo que emplearon para que todo esto pudiese salir bien. La primera noche nos costó dormir, estábamos repletos de energía y con muchísimas ganas de emprender esta aventura.
La primera etapa fue dura, no estábamos acostumbrados todavía, pero conteníamos tanta energía que se nos hizo corta. Pudimos realizar antes de caminar una pequeña reflexión organizada previamente semanas antes del camino por los voluntarios. En base a esa reflexión seguimos el hilo conductor durante toda la primera etapa. Cuando llegamos al fin de la primera etapa, llegamos exhaustos, pero la realidad era que habíamos comenzado a llenar nuestras mochilas.