Nadie sin Hogar: ¿Un reto?, ¿Una utopía?
Llevo más de 15 años cerca del mundo de las personas sin hogar. Antes los llamábamos “sin techo”, hasta que entendimos que necesitaban de nosotros algo más que un espacio físico donde cobijarse del frio y la lluvia, comer caliente y ducharse con cierta frecuencia. De hecho, muchos tienen techo, con frecuencia okupando una de esas casas abandonadas en el casco histórico de cualquiera de nuestras ciudades.
Pero un hogar es otra cosa. Un hogar es un espacio propio de seguridad y de intimidad, con vecinos y amigos, con posibilidades de compartir, de dar y recibir, de ayudar y ser ayudado,… Y esto requiere mucha implicación de la sociedad que apueste por los más vulnerables, incluida la comunidad cristiana, para que estos hermanos nuestros puedan “salir” de la calle, recuperando su salud, su autoestima, su dignidad, … Una sociedad que cree espacios de seguridad que permitan emprender y acompañar procesos de “salida”.
En estos 15 años la preocupación social por la personas sin hogar no ha cambiado mucho, yo diría ha ido a peor. Los años de crisis encadenadas han echado a la calle a más personas, con un aumento muy significativo de mujeres (otro aspecto que hace visible la violencia de género), cada vez más jóvenes, sobre todo los extranjeros, y con problemas de salud mental más graves, sobre todo derivados del abuso del alcohol y las drogas, y sólo tienen acceso al sistema de salud a través de los servicios de urgencias. Siguen siendo plenamente vigentes esos eslóganes que Cáritas ha ido utilizando en estos años a modo de retos o de llamadas de atención: el alta hospitalaria sigue siendo una mala noticia, siguen siendo invisibles a pesar de que los tenemos tan cerca, seguimos sin ponerles cara, siguen fuera de cobertura y la salida sigue siendo muy difícil.
En torno al 80% de los centros, procesos, técnicos y recursos de trabajo social con las personas sin hogar responden a iniciativas del denominado Tercer Sector, iniciativas solidarias y caritativas, muchas de ellas iniciativas eclesiales. Las administraciones públicas se limitan a dar parabienes y subvencionar estas iniciativas. Cada año un poco menos, dicho sea de paso. Como no votan, no interesan demasiado a las administraciones públicas, salvo que creen algún problema de orden público.
Tenemos muchos prejuicios respecto a las personas sin hogar. Sin haber conocido a ninguno, con soltura, se oye frecuentemente frases como: “están en la calle porque quieren”, “se acostumbraron a mendigar y vivir de los comedores sociales”, “no quieren trabajar”, “ellos se lo han buscado”, “sólo piden para alcohol y drogas”, o tópicos similares. Pero cada uno es una historia de vida distinta, cada uno ha llegado a la calle en un proceso singular, por razones muy diversas.
Les aseguro que apenas nos acerquemos a alguno, le pongamos cara y nombre y conozcamos su historia de vida, borraremos algunos de esos prejuicios y cambiaremos de actitud. Es necesario mirar y aprender; dejarnos ver y ser conocidos por ellos, para generar confianza mutua, acercarnos a ellos con naturalidad y respeto, sin rechazo ni juicios, para generar responsabilidad y participación, contra la indiferencia.
En este contexto de sociedad fragmentada y desvinculada, los cristianos debemos reforzar nuestra misión de comunidad samaritana. En un contexto de crisis permanente, de cansancio solidario, en que la caridad aparece apenas de forma momentánea o en situaciones de emergencia, la comunidad samaritana debe seguir optando por los que viven procesos de fragilidad y vulnerabilidad, y necesitan de acogida, acompañamiento, paciencia y largo plazo. Escuchar con el corazón aceptar quienes son y respetar sus procesos, es parte de nuestra misión.
Como comunidad cristiana, impulsados por la fuerza transformadora del Evangelio, no nos podemos conformar con proveer necesidades, también debemos generar acogida, fraternidad, compañía y comunidad, que ofrece siempre una puerta abierta, una mano extendida,…