El corazón “partío”, como el pan
Corazón símbolo del Amor. Corazón troceado como el pan.
Me gusta el anagrama de Caritas. Un corazón “partío” en cuatro trozos, con una parte más grande simbolizando la acogida de los más pobres que junto con las otras (organización, solidaridad, acompañamiento etc.) se cohesionan por medio de la cruz central de la dimensión eclesial.
Corazón símbolo del Amor. Corazón troceado como el pan.
Conectando ambos, lo que hacemos es unir lo íntimo personal con lo colectivo. El corazón partido representa la herida emocional, la compasión que nace del dolor propio y que se abre hacia el otro. El pan partido, en cambio, remite al acto tangible de dar, a la acción concreta de compartir lo que se tiene, incluso si es poco. La dualidad entre el símbolo emocional (corazón) y el físico (pan) refuerza la idea de que la verdadera solidaridad surge cuando se da no solo desde lo material, sino también desde lo afectivo.
De esto quiero hablaros: de la mesa del compartir. No hablo para los convencidos, sino para aquellos que todavía no saben o no quieren achicarse en la fila de los invitados al banquete, para que haya pan y amor para todos.
A.- …De la mesa…
La mesa familiar (o el altar de la eucaristía) -aquella que a veces por enfermedades, edad y otras causas no podemos completar presencialmente– nos aglutina en una experiencia existencial y en unas costumbres, incluso en un rito. En torno a la mesa familiar se construye la familia y, con ella, o con los amigos también, se entrelazan lazos de comunión y de hermandad. Porque en torno a ella se comparte el alimento y se vive de manera espontánea el gozo del encuentro pausado y tranquilo, con la conversación o el repaso de la vida y sus aconteceres cotidianos.
Aunque también en torno a la mesa hay silencios tensos y conflictos familiares o sociales, diferencias que terminan con algunos “levantándose de la mesa”. Mesa familiar de dolores y gozos, de presencias y ausencias.
A esta experiencia se refería Leonardo Boff cuando hablaba de “comensalidad”: “Es una de las fuentes permanentes de renovación de la humanidad hoy globalmente anémica. Porque en ella se comparte el alimento y con él se comunica la alegría de encontrarse, el bienestar sin disimulos, la comunión directa que se traduce en los comentarios sin ceremonia de los hechos cotidianos, en las opiniones sin censura de los acontecimientos de la crónica local, nacional e internacional…”.
B.- … A la Misa…
Jesús apuesta por la “comensalidad”. Jesús que no rehuía (hoy tampoco) las invitaciones y para quien el comer con toda clase de gente es nota distintiva de su trato. Sin exclusión subvierte los convencionalismos sociales habituales cuando advertía –y advierte– que no hay que invitar a comer o cenar a tus amigos, hermanos, parientes y vecinos ricos, sino a los pobres, lisiados, cojos y ciegos. Como en la parábola de los invitados al banquete de bodas, que es símbolo del Reino de Dios. Por el que dará la vida –se partirá el corazón- anticipándola en una “última Cena” con el pan partido y repartido. Que fue, precisamente, “la primera Misa”.
C.- … En una mesa alargada…
La mesa de la eucaristía es larga y no excluyente, sale de los templos y se prolonga en el mundo y en la calle, buscando invitados en “los cruces de los caminos”, en las fronteras (la geográficas y las de todo tipo). Es la mesa infinitamente larga. En las Cáritas de Andalucía se les ofrecen -socialmente hablando – al menos en 1.235 Cáritas Parroquiales y 72 centros especializados que atienden a 95.613 personas.
Pero en las mesas de la vida muchos se quedan sin silla, en ese cruel juego donde solo los listos, los “rapidillos”, los poderosos, etc., se apoderan antes de ellas. Y así privamos de sentarse a la mesa a muchos. A quienes se les rompe el corazón hambriento de sed y justicia.
D.- … Donde puedo rechazar la invitación…
La eucaristía con la imagen de la mesa central promueve una visibilización activa de la comunidad. El sueño de que todos los habitantes de la Casa Común tengamos sitio en la misma mesa, en la fiesta.
Con el Jubilo propio de la Esperanza en este tiempo de Pascua, ¡Que salte la alegría por compartir! ¡Por comer y beber juntos los frutos de la Tierra!, sin que haya estómagos vacíos. Donde la desigualdad sea arrojada para siempre como desecho y basura triturada.
Al Dios de Jesús que nos invita a su Mesa, le puedo poner pegas. Puedo pensar borrarme de la lista de invitados al comprobar que hay “otros”, los distintos, los “más diversos” que también son invitados, “que no son de los nuestros”: Mi corazón no se trocea para compartir sino para aislarse, separarse. Pero ¡ojo! que si me separo de esos “otros” será imposible poder sentarme al lado de OTRO con mayúscula.
No sea así entre nosotros. Que el pan, como la tierra, el techo y el trabajo, sea corazón partido y repartido, empezando por los más pobres, para que la fraternidad cercana se ejercite en coherencia y en eficacia. De la misa a la mesa. Y de esta, volvamos al altar situado en centro de la creación entera. Volvamos a la fraternidad universal donde todos quepan, sea cual sea su andadura por la tierra y por las ciudades de los mil colores. Y que no se vea entorpecida por polarizaciones, ambigüedades, prejuicios, sospechas o ideologías, opuestas al evangelio. Fraternidad para ejercer en nuestra Comunidad andaluza, hacia el “otro”, hacia todos los “otros”. En su diversidad de arcoíris que a todos abraza.
“El verdadero pan, en definitiva, era y es Jesús, su Hijo amado hecho hombre, que vino a compartir nuestra pobreza para guiarnos, a través de ella, al gozo de la comunión plena con Dios y con los hermanos, en la entrega” decía el Papa Francisco, a quien lloramos más ahora que se le ha roto el corazón. De tanto partirse y repartirse.