Análisis y reflexión03/04/2020

Coronavirus, la hora de la confianza

En estos días de luto y llanto, todos los pueblos de la Tierra compartimos la fragilidad sagrada que somos.

Cada tarde a las ocho salgo al balcón de casa con mi familia a batir las palmas de las manos con todas mis fuerzas, con la misma intensidad que le pone el resto de la vecindad de todos los barrios, de todos los pueblos, de todas las ciudades. En las palmas rojas y ardientes volcamos toda nuestra energía, el miedo y la ansiedad, el agradecimiento y el deseo de que esto termine, la tristeza por quienes cada día mueren, y la preocupación por quienes ya están enfermos o la de sentirnos acechados por ese virus invisible que nos esforzamos en borrar a base de jabón y desinfectante.

Este momento, sin que la mayoría nos demos cuenta, se ha convertido en sacramento, un gesto sagrado de comunión cargado de esperanza y de compasión, cinco minutos en los que conectamos nuestros corazones y nuestras manos para reconocer y dar gracias a quienes cuidan de nuestras vidas y a quienes las salvan, y también para clamar al cielo que este dolor pase pronto.

En estos días de luto y llanto, todos los pueblos de la Tierra compartimos la fragilidad sagrada que somos, todas y todos, creaturas hijas del Dios de la Vida que exhala nuestro aliento. Esta fragilidad hoy nos hermana y derriba los muros y las vallas que hemos ido levantando para proteger nuestras costumbres, nuestra identidad, nuestro territorio, y que de la noche a la mañana nos ha convertido a todos en vulnerables.

El miedo recorre nuestro pensamiento consciente e inconsciente que intentamos entretener con las múltiples ofertas de ocio, cultura y vida saludable que recibimos a través de los canales digitales. Pero el miedo sigue ahí, instalado en el fondo de nuestra alma adormecida, y se levanta cada día dudando si todo es realidad o es sueño. ¿Cómo afrontar la angustia, la soledad, la incertidumbre, la impotencia?

¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?

Estas palabras del Evangelio de Marcos 4, 35, que repitió como un eco el Papa Francisco en la convocatoria extraordinaria de oración del pasado viernes 27 de marzo, resonaron en una plaza de San Pedro llena de vacío y silencio, queriendo tocar y conmocionar con ternura y misericordia las fibras más sensibles de nuestra humanidad herida. Hoy, estas palabras nos interpelan, nos llaman a cada una y a cada uno por nuestro nombre y vuelven a situarnos en la pregunta del principio de los tiempos: ¿Dónde está tu hermano, dónde está tu hermana?

La confianza y la fe comienzan en esa fragilidad compartida que es capaz de mirar más allá de sí misma y permite que la esperanza brote en cada gesto de caridad solidaria que se entrega.

Es la hora, llega un tiempo nuevo para dejar brotar la humanidad nueva que nos habita y tejer una red capaz de sostenernos en el Dios Hombre que nos salva en la cruz.

Oración extraordinaria PAPA FRANCISCO